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Por Carlos Andrés Rivera Olvera*

Cinco de la mañana.

Los pasos de mi papá contienen la oración primera

y se escuchan fuertes y seguros;

¿Qué ángel lo vino a visitar?

¿Miguel?

¿Gabriel?

¿Jofiel?

Alguien de los tres, puesto que su temperamento afable y a la vez tajante lo explica.

Un sabueso a la distancia ladra potente, lo quiero; porque en mi percepción adormilada le escucho dichos de agradecimiento.

Mi madre nos suplementa con las ventanas abiertas, y una hoja de naranjo que entra y se posa en su hombro le recuerda de la lucha diaria con la amada vieja testaruda, sorda y ciega que reclama el no al cambio.

Pero es inevitable.

Mi casa ya no tiene aristas…

La acuesta, la desnuda, la lava y le pone ropa limpia.

Ya mi hogar es una esfera que se expande.

Se prolonga como los ojos de mi mujer que en cuarto creciente permanecen arriba de mi frente, llegando a mi coronilla,

o como su barriga que guarda las danzas de Siloé…

¡Siete, siete, siete y más!

¡En mes y medio llegas!

¡Te esperamos con los brazos, con el alma  para abrazarte siempre!

¡Ya estamos en la escuela!

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*Carlos Andrés Rivera Olvera es estudiante de Literaria Centro Mexicano de Escritores. Estos poemas son fruto de su trabajo en el taller de poesía mística de David Meza.