
Por Ricardo García*
El hábil ladrón mantenía fascinada a su distinguida interlocutora con sus descripciones (falsas) de la jungla centroafricana. La mujer, una elegante dama de alta sociedad y edad madura, escuchaba con atención cómo él había peleado con un leopardo y un cocodrilo y vivía para contarlo. El caballero no era otro que Arsène Lupin, quien había conocido a Madame Saint Clair esa misma tarde, en un café, en el parque de Trocadero. La eligió de entre las damas disponibles debido a los llamativos pendientes de oro que portaba.
─Es usted un hombre fascinante, Monsieur Galante. Podría escuchar sus aventuras toda mi vida. Sus palabras llenan mi corazón de una vitalidad que perdí hace poco.
─Y yo estaría encantado en complacerla, madame. Encuentro grato placer en su compañía ─había decidido no dar el golpe ese mismo día. Estaba interesado en hacer una visita a su domicilio. Probablemente hallaría alhajas mucho más interesantes.
─Me encantaría pasar la tarde de mañana con usted, si le es posible, madame.
─Mañana no es conveniente. Sólo me es permitido salir de mis aposentos una vez a la semana. Así que lo espero en esta misma mesa el próximo miércoles. ¿Qué le parece?
─Me parece de maravilla, madame ─respondió Lupin, con una sonrisa fingida.
Esa noche, Lupin no pudo pegar ojo. En su codiciosa mente aparecían excelsos brazaletes, tiaras y diademas. Quién sabe cuánto oro y diamantes poseía su nueva conquista. En cuanto amaneció, se dispuso a preparase para hacer una visita inesperada a Madame Saint Clair.
Su cochero se detuvo en Cimetiére des Bagnolles, según la dirección proporcionada por la dama.
─Qué extraño. No creo que su residencia sea este lugar tan desolado.
Las puertas estaban abiertas. Algo muy parecido a la intuición lo dirigió por entre las tumbas, hasta detenerse ante una en particular. La lápida era de mármol rosa, con un epitafio que le heló la sangre.
“Aquí yace Margueritte Moudain, duquesa de Saint Clair. No halló el amor en vida”.
Sobre la cabecera de piedra caliza, un destello dorado hirió las pupilas de Lupin. Se trataba del par de pendientes de la dama.
*Escritor egresado de Literaria Centro Mexicano de Escritores.