
Por Rocío Cornelio*
Llegó la hora. En el paraíso de los perros estaban expectantes. El gran San Bernardo, encargado de la puerta principal, movía la cola con efusividad, se sentía aliviado. Por fin enviarían a Patas en una misión especial a la tierra.
– ¡Patas, Patas! Se le solicita en el área de recepción, ¡Preséntese de inmediato! – Se escuchó en los altoparlantes distribuidos en cada rincón del Paraíso.
Había perros de toda clase y al saber la noticia, se arremolinaron cerca de la salida para despedirla. Los que aún no habían bajado a la tierra la consideraban como una heroína. En un plano superior, estaban los que ya habían regresado, estos últimos lucían más radiantes, eran muy respetados y algunos de ellos obtenían puestos importantes en la administración y organización del cielo de los perros, como San Bernardo, que había sido guía de un grupo de exploradores en las montañas nevadas de los Alpes Suizos, muy galardonado por los heroicos rescates que realizó.
– ¡Por fin, he sido elegida! -dijo la perrita al escuchar su nombre-. Bajaré a la tierra, ¡he escuchado tantas historias! Dicen que allá también hay árboles, como en nuestro cielo. Me pregunto: ¿a dónde seré enviada? No entiendo por qué tanto misterio, siempre que pregunto, he recibido la misma respuesta: “después lo entenderás”. Rocco, el pastor inglés, me ha contado acerca de los humanos y cuando lo hace, entorna sus ojitos, dice que son los seres más maravillosos de la tierra. Y por el contrario, cuando le pregunto a Toto, el de las rastas, me dice que son la maldad misma personificada y me muestra sus cicatrices ¿A quién creerle?
Nuevamente se escucharon las bocinas, esta vez con un ladrido más ronco:
-¡Patas, ven inmediatamente a la recepción!
-¡Ay! es San Bernardo, el encargado de la puerta principal, por fin me libraré de sus gruñidos, nunca nada le parece, siempre olfateando, siempre regañándome: que si traigo torcida la aureola, que debo levantar la cola, que si ya mordí, que si ya rasqué, que si ya, ¡ya, ya, ya me voy! ¡Bien que ha de extrañar su barril de brandy!
Al llegar a la puerta, trastabilló y fue a dar de bruces frente a San Bernardo que parecía elevarse y cubrirla como una sombra imponente. Nerviosa, intentó levantarse erguida para saludarlo levantando la patita derecha, como se acostumbraba saludar a las autoridades, pero al hacerlo, nuevamente perdió el equilibrio y cayó con las patas arriba provocando la risa de todos los presentes. San Bernardo, muy enojado, la tomó por el cuello y la puso en pie.
En tono solemne anunció:
-Ha llegado el momento de partir a la tierra en una misión especial que tendrás que aprender y repasar durante el trayecto para que quede grabada en tu subconsciente, ya que al llegar a la tierra la habrás olvidado y sólo tu intuición y tu instinto te guiarán a cumplirla. Pero antes tienes que pasar a la estética canina celestial para cortarte las alas -le dijo mientras empujaba a la perrita con su protuberante nariz negra.
-¿Cómo que me van a cortar las alas? ¡No, no, mis alitas, déjenme mis alitas…! -gimió mientras era llevada por dos french poodle.
-¿Dónde está el sobre con la misión? – Preguntó San Bernardo.
Lo custodios se miraron unos a otros con temor.
-Mi compita Fido, el coloradito, es el encargado de traerla- , dijo Toto, el más anciano de los custodios y gran amigo de Patas.
Fido, un hermoso golden retriever de pelaje color vino, era otro de los custodios, era tan solícito para recuperar todo lo que era lanzado, que tuvo algunos pormenores, pues no podía resistirse a ir aún por algunos rayos que lanzaba el Eterno y los regresaba orgulloso trayéndolos en el hocico, aunque le dieran toques. En esta ocasión se había entretenido con algunas estrellas fugaces que, por no permanecer en su sitio, consideraba en rebeldía. Estas, muy molestas tendrían que esperar siglos para acumular la suficiente cantidad de polvo de estrellas con el que hacían lucir su cauda al lanzarse al firmamento.
Ya no había tiempo, la nube que llevaría a Patas hacia su misión estaba condensándose y a punto de llover. No podía esperar más.
Al regresar de la estética, Patas se rascaba el lomo, primero del lado derecho, luego del izquierdo, en el lugar donde habían estado sus alas. Había sido toda una batalla campal cortárselas y como resultado quedaron dos marcas más claras en su pelaje. Esto no la hacía apta para bajar a la tierra, pero aún así, la enviaron.
Todos los perros antes de bajar al mundo fueron ángeles. En realidad, lo siguen siendo, sólo que los humanos no deben sospechar de la misión encubierta que les han asignado. En el caso de Patas, en asamblea general extraordinaria, se decidió por unanimidad que fuera enviada de inmediato, de lo contrario, seguirían los reportes, las quejas de sus compañeros y los desperfectos ocasionados por sus fuertes mandíbulas.
-¡Ya, no hay tiempo, tienes que irte! -Ordenó San Bernardo.
-¿Y mi misión?, ¿cómo sabré cuál es mi misión?
-Olvídalo, no hay tiempo, tendrás que descubrirla por ti misma. Sólo pórtate bien y no des problemas.
Todos los perritos rodearon a Patas para ofrecerle ladridos de ánimo y algunos mordiscos fraternales. Ella montó sobre la nube que ya estaba morada de aguantarse la lluvia.
En menos de lo que se dice guau, Patas nació en medio de la obscuridad, le acompañaba un hermanito.
Era de noche, llovía.
***
*Rocío Cornelio es alumna del diplomado de Literaria Centro Mexicano de Escritores.