
Concepción Ocádiz García*
Demetrio Macías, uno de los iconos de la llamada “Novela de la Revolución”, el hombre que luchaba por su propia causa y la de Pancho Villa; protagonista de Los de Abajo, sabía los pasos a dar para llegar más allá del cielo estrellado, de la atmósfera pueblerina, del fuego cruzado, de la valentía y liderazgo, para ser reconocido como un héroe, pero ¿sus ideales, los consolidaría, o terminaría convirtiéndose en lo que no quería?
Al menos en las primeras páginas escritas por Mariano Azuela en la novela publicada en 1915,[1] —dos años antes de la consumación de la Revolución—, el autor se refiere a los soldados siempre vistos por el líder combatiente como “curros” y “mochos”, poco fuertes y poco inteligentes, diminutos, nulos estrategas ante él y su gente. Sin embargo, en el fondo de la obra es el pueblo el que pelea y se enfrenta; al que no le importa dejar atrás a la familia, pues ésta es sustituida por sus compañeros de lucha; son las huestes del Centauro del Norte pugnando con las armas levantadas por la conquista de tierras, de joyas, del alcohol, de mujeres, de la tan añorada libertad en la tierra que sucumbe y que quieren que viva, además por el reconocimiento de ellos mismos. Sí, “los de abajo” que, con grandes sombreros y pantalones de manta, tenían la fuerza suficiente para matar a los “federales” aunque fueran muchos.
La historia está plagada de anécdotas y momentos, de olores y sabores, de pasiones y odios, de derrotas y victorias. Y aunque pareciera que hay ideales, éstos nada más no terminan por consolidarse, pese a la sentencia de Luis Cervantes —que de “federal” y periodista (corresponsal de El País) llegó a ser revolucionario junto con el personaje principal—, quien le advierte a Macías que lo más sagrado que existe en el mundo para el hombre es la familia y la patria, frase que se consumaría al final del libro.
Buscaban perpetuarse
El peso de la palabra de Mariano Azuela a través de la valentía de su personaje principal, es ejemplo a seguir por quienes lo secundan: La Codorniz, el güero Margarito, y otros tantos protagonistas cuyo único final posible es la muerte en esta lucha.
La gente de Macías conocía bien los terrenos que pisaban, así que ya iban de gane; querían perpetuarse [en cada jacalito escondido entre las rocas abruptas se detenían y descansaban] [2] de pueblo en pueblo, mientras quitaban el dinero a los ricos para compartirlo con los pobres. Estaban cansados de las injusticias, de que no todo fuera parejo, de las carencias económicas y sociales.
Sin embargo, no todo fue así, al menos en la novela de Azuela. También entre sus líneas se nota el hambre de poder, la ceguera y el olvido de la causa del caudillo Macías y sus amigos. Uno de ellos, su compadre Anastasio Montañés, y otros más compañeros de bebida, de batallas ganadas y perdidas también.
Libertad sacrificada para ganar una soñada. Añorada por quienes pensaban y creían firmemente en el hombre Demetrio Macías como una especie de deidad, a quien no se le podía traicionar. Así lo quiso el autor, quien, con una narrativa por demás excepcional, colocó al líder en un pedestal para luego hacerlo caer en medio de un fuego cruzado. Demetrio a cada paso se convirtió en algo más que humano, se convirtió en algo que combatía.
Metáforas y lenguaje coloquial
El lenguaje que emplea Mariano Azuela es por demás realista y naturalista, parte de las corrientes o movimientos literarios que habían permeado en la primera década del siglo XX; lenguaje metafórico que permite al lector transportarse a esas tierras llenas de enormes piedras que servían como escudo, o a los ríos llevando agua cristalina.
Hermosa narrativa llena de lírica [A esa hora, como todos los días, la penumbra apagaba en un tono mate las rocas calcinadas, los ramajes quemados por el sol y los musgos resecos. Soplaba un viento tibio en débil rumor; meciendo las hojas lanceoladas de la tierra milpa. Todo era igual; pero en las piedras, en las ramas secas, en el aire embalsamado y en la hojarasca, Camila encontraba ahora algo muy extraño: como si todas aquellas cosas tuvieran mucha tristeza][3].
Pero Camila no fue la única mujer amada a la que amó el protagonista en esta historia, también están la esposa, con quien finalmente regresó para que lo viera morir, y la Pintada, quien además luchaba a la par de la gente de Demetrio y se volvió bandida, incursionando para robar con ellos y que, al verse amenazada, llena de rabia le quitó la vida a Camila.
Los rezos de la curandera
La religión a través de rezos, y también la cura con hierbas, cáusticos y sanguijuelas, y hasta con una paloma abierta bañando con su sangre la herida de Demetrio, desempeñan un papel muy importante en esta obra literaria distintiva de nuestro país. Un sincretismo, una especie de simbiosis entre el chamanismo y la fe: [¡En el nombre de Jesús, María y José! —dijo seña Remigia, echando una bendición. Luego, con rapidez, aplicó calientes y chorreando los dos pedazos del palomo sobre el abdomen de Demetrio][4].
La literatura dentro de la literatura
Una producción literaria que cita a otras obras, humildad o ambientación, pero sin duda, acierto de Azuela, sobre todo cuando habla del “Dotor” Venancio, culto por haber leído las obras El judío errante (Eugene Sue, 1844-1845) y El Sol de Mayo (Juan A. Mateos, 1868). Y páginas más adelante, cuando encuentran un lujoso ejemplar de la Divina Comedia, libro salvado del fuego por las ilustraciones y con la advertencia que se lee en la historia [Ésta me cuadra y me la llevo. Y comenzó a arrancar los grabados que más llamaban su atención][5].
¿Y qué pasó con Luis Cervantes?, el hombre que le abrió los ojos a Demetrio de ir más allá de la colina, de aplicar la inteligencia como estratega y hasta estadista, pues él estaría “del otro lado”. Tuvo mayor suerte, y desde El Paso, Texas, quiso convencer a Venancio mediante una carta de abrir un restaurante mexicano. Misiva para el que siempre quiso ser médico.
En los revolucionarios no hay Ave Fénix
Hay otro lado de la escritura: la crudeza de la muerte que llega por medio del fuego y para la que, contrario a la leyenda del Ave Fénix, no hay quien resurja. Casi al final de la obra surge una pregunta que difícilmente tiene respuesta, y tal vez es ahí cuando Demetrio pensó qué lucha e ideales logró consolidar: ¿Por qué pelean, ya, Demetrio? Demetrio, las cejas muy juntas, toma distraído una piedrecita y la arroja al fondo del cañón. Se mantiene pensativo viendo el desfiladero, y dice: —Mira esa piedra, cómo ya no se para…[6].
Los hombres también lloran
La impotencia llega a Demetrio cuando su mejor hombre, Anastasio Montañés, pierde la existencia al igual que el resto de su gente: “caen como espigas cortadas por la hoz” y como se lee en el libro, derrama lágrimas de rabia y de dolor. La valentía en ese momento se queda a un lado. Y nuevamente se encuentra con las rocas: aquellas que al inicio le ayudaron a ser el mejor, hoy se convierten en un escenario dantesco lleno de muerte: ya no hay quien vea la caída de Demetrio cuando sus ojos de omnipotente se quedan perpetuos… “apuntando con el cañón de su fusil”.
La muerte también es la protagonista
Mariano Azuela, sin duda, muestra la barbarie de la quema de libros, y trae a mi mente una cita que años después de la publicación de Los de Abajo, Heinrich Heine escribiría en su obra Almansor: “Ahí donde se queman libros, se acaba quemando también seres humanos”
El narrador cita algunas canciones, y cuando uno lee las estrofas, las entona y las tararea, logra eso y más con sus páginas. ¡Cuánta vida hay en esta obra, donde la sangre se huele, se ve, se palpa… donde los sueños se truncan por ambiciones, luchando por un qué o para qué… aquí, la muerte también es la protagonista!
*Concepción Ocádiz García es alumna egresada del diplomado Realidad y revelación. Una visión de la literatura mexicana impartido por Literaria Centro Mexicano de Escritores con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura federal. Es maestra en Periodismo Político y diplomada en Mediación Lectora.
[1] Mariano Azuela, considerado uno de los fundadores de la Novela de la Revolución Mexicana, trabajó como médico en los campamentos de Francisco Villa.
[2] Azuela, Mariano (2020). Los de Abajo (7ª ed.) México : FCE, Colec. 21 para el 21. ISBN 978-607-16-6902-5. p. 20
[3] Ibid. p. 44
[4] Ibid p. 33
[5] Ibid p. 74
[6] Azuela, Mariano (2020). Los de Abajo (7ª ed.) México : FCE, Colec. 21 para el 21. ISBN 978-607-16-6902-5. p. 126