Textos

Cartucho

Humberto Orígenes Romero Porras*

 

Nellie porque así se llamaba su perrita y Campobello porque Campbell se apellidaba su padrastro. En realidad, se llamaba María Francisca Moya Luna. Nació con el siglo, en 1900, en Villa Ocampo, Durango, según consta en investigaciones de archivo como las de Flor García Rufino y Jesús Vargas Valdez –quienes en 2023 publicaron una recopilación de ellas con el título de Nellie Campobello con Francisco Villa– y no en 1909, como decía ella y como lo recuerda la escritora Margo Glantz en un texto de 2003 llamado “Vigencia de Nellie Campobello”.

En 2016, el Fondo de Cultura Económica publica una Obra reunida que no reúne el libro Ritmos de México, donde, con su hermana Gloria, estudia las herencias de los pueblos originarios en la danza. Fueron fundadoras, las “niñas Campobello” –decía la Nellie de veintitantos–, de la Escuela Nacional de Danza que Nellie dirigió de manera prácticamente vitalicia hasta que su salud lo permitió. Después la escuela fue manejada por un oscuro matrimonio hasta la misteriosa desaparición de Nellie.

O mejor dicho, presunto secuestro. La vida de Nellie Campobello estuvo envuelta por la ficción. En 1998, gracias a los esfuerzos de la comisión ¿Dónde está Nellie?, se confirmó que la autora había fallecido en un poblado de Hidalgo en 1986, doce años antes del hallazgo de una tumba con las iniciales de sus dos nombres: FML NC. Es gracias a esto que en los primeros años del nuevo milenio su obra fue revisitada con justicia.

El matrimonio acusado del secuestro no fue debidamente investigado. La mujer huyó del país después de pagar la fianza, y el hombre, Claudio Niño Cifuentes, fue condenado a veintisiete años de cárcel que le fueron revocados en 2001 por la Séptima Sala Penal del entonces TSJDF. La nota aparece aún en el archivo histórico digital de la revista Proceso. Las autoridades argumentaron que no tenían claro cuánto tiempo estuvo la escritora secuestrada y que no había pruebas suficientes.

En 2007, el periodista César Delgado Martínez escribió el que hasta hoy es el mejor documento disponible sobre el caso Campobello. Como miembro y vocero de la comisión de búsqueda de la escritora, realizó una detallada crónica de su lucha con el sistema judicial mexicano. En su libro Nellie Campobello: Crónica de un secuestro, relata las sospechas de su desaparición en 1984 al no estar presente la prima ballerina de México en un homenaje a varios miembros del Instituto Nacional de Bellas Artes. Homenaje como impulsora de la danza, nunca como escritora.

El Dr. Atl, pintor, le publicó en 1929 su primer libro de poesía, cuyo título sonoro era Francisca, ¡Yo!, declaración de una presencia oculta detrás de un seudónimo que se convertiría en nombre de pila: Nellie Campobello. Su nombre real se transformó en el seudónimo de su íntima voz poética. Siempre supo ella de qué se trataba la literatura: reconvertir la realidad.

Germán List Arzubide, poeta, revolucionario en su juventud, y autor de una exaltación de Zapata, edita una primera edición de Cartucho en 1931 que no es bien recibida por la postura villista de Campobello, con Villa asesinado en 1923 y a quien trata de reivindicar nuevamente en 1940 con unos Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa.

En esta primera versión existen estampas dedicadas al Centauro del Norte que no aparecen en las siguientes versiones. Irene Matthews, biógrafa de Campobello, publicó en 1997 en la editorial Cal y Arena un título significativo: La centaura del norte, pues Nellie se asumía como tal, al punto de que muchos dijeron que su verdadero padre era el propio jefe de la División del Norte. Ambos, por cierto, nacidos en Durango, no en Parral, Chihuahua, como ambos –de nuevo– hubiesen querido.

Martín Luis Guzmán, novelista y cronista, reedita la obra suprimiendo los fragmentos villistas y aquellos donde se asoma un erotismo en Campobello, impropio en la época para una autora que además pretendía mostrar la Revolución a través de los ojos de una niña. Censura que, a la luz del nuevo conocimiento sobre aspectos biográficos, deja de ser estilística y afecta la correcta lectura del texto.

En Cartucho se narran acontecimientos desde 1915 a 1920, cuando la verdadera Nellie tenía entre quince y veinte años y no siete, como hubiera pretendido. Punto axial, pues no es igual la perspectiva y el conocimiento que se tiene sobre la muerte a los siete que a los quince años. Para 1960, es la propia Campobello quien reúne sus obras con el título Mis libros, en cuyo prólogo explica al fin sus motivaciones literarias.

En ese mismo año, 1960, Campobello es canonizada como la única mujer en la compilación clásica de La novela de la Revolución Mexicana, de Antonio Castro Leal. Sin embargo, era inverosímil que solamente una mujer decidiera poner por escrito los fuertes acontecimientos que vieron sus ojos durante el período. Así, Mariana Libertad Suárez declara Éramos muchas: mujeres que narraron la Revolución mexicana, trabajo premiado con una mención honorífica en el X Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el gobierno del estado de México.

Ediciones Era reeditó en la primera década del siglo XXI la obra con un detallado prólogo de Jorge Aguilar Mora, en el que acertadamente se hizo justicia en un pie de página del fragmento borrado sobre Villa. Aguilar Mora, en 2011, publicó en ese mismo sello editorial una recopilación de los prólogos que había escrito para obras enmarcadas en la categoría de literatura de la Revolución Mexicana –incluyendo Cartucho.

El libro titulado El silencio de la Revolución y otros ensayos, incluye un borgesiano prólogo de prólogos que da nombre a la obra. Continuando así las reflexiones muy personales que Aguilar Mora realizara en 1990, en un libro llamado poderosamente Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución Mexicana. Fallecido a principios de 2024, Aguilar Mora dice en el prólogo a esta obra que a veces tomaba versos de César Vallejo para titular sus obras, al fin poeta él también.

Obra más difusa y autobiográfica que El silencio de la Revolución, leemos ya la habilidad que tenía para enlazar las obras más insospechadas y tejer sus ensayos. Así, aunque no el único –en 2012 Kristine Vanden Berghe, dedicó un artículo entero a señalar Cartucho como un antecedente primitivista de Pedro Páramo–, ubica a Nellie Campobello como parte del ADN de la obra de Rulfo y por ende de Cien años de soledad.

No seré tampoco el primero en señalar que en Nellie Campobello se leen ya características de un subgénero que, incluso en 2022, sería premiado con el Nobel a través de la francesa Annie Ernaux: la autoficción, término acuñado por otro francés, Serge Doubrovsky, a finales de los años setenta, denominado como un nuevo pacto literario entre el lector y el autor, que une el autobiográfico y el novelesco. Para el crítico español Manuel Alberca, nace un pacto autoficcional en el que se novela la propia vida del autor.

Ma. del Carmen Dolores Cuecuecha Mendoza es la primera, en 2016 –año en que recordemos, también son publicadas las obras reunidas de Campobello–, en señalar la pertenencia de la autora a la categoría de autoficción en un artículo titulado Cartucho de Nellie Campobello: una aproximación desde la teoría autoficcional, para la revista Fuentes Humanísticas. Cuecuecha Mendoza demuestra que la variedad de enfoques analíticos para una obra literaria depende de la habilidad del analista.

Pensar en autoficciones es inevitable. La Nellie Campobello surgida de las entrañas de Francisca Moya Luna le permitió a esta última la publicación de un poemario con el que la doppelgänger Nellie va a ingresar a la comunidad literaria de México. Luego, pensar que Nellie –como ella misma dijo de Villa–, “nació en 1910”, de tal suerte que, así como se debe distinguir a Doroteo Arango de Francisco Villa, se debe separar a Francisca Moya Luna de Nellie Campobello.

El principal acierto de Martín Luis Guzmán en esa reedición de 1940 se da al inicio del texto. Cartucho comenzaba con el relato El cartucho, cuya primera frase es “Cartucho no dijo su nombre”. La cacofonía resultante provocó la modificación con la que el primer relato ahora adopta un pronombre anónimo: Él. Ese anonimato encaja mucho mejor con lo que Nellie pretendió al nombrar lo que por sí mismo no pudo nombrarse.

Nellie hizo con el personaje Cartucho lo que hizo consigo misma: lograr que un sobrenombre se convirtiera en una manera legítima de nombrar. Los amigos son la familia que se elige  –así lo recuerda Aguilar Mora en un ensayo de Una muerte sencilla… titulado ¿Qué es un mes de agosto si no es eso? –, así, elegir un sobrenombre es la forma de elegir un nombre propio prescindiendo de quienes nos nombraron al nacer.

Cartucho se adelanta en muchos aspectos. Es una obra que trata de nombrar a los muertos, la violencia, a los desaparecidos –tema que hoy adquiere una relevancia antes ni soñada–, a los olvidados –de los que luego hablaron Jesús R. Guerrero o Luis Buñuel–, en fin, nombrar lo que no tiene nombre –como puede ser la pérdida de un hijo, bien señala la chilena Piedad Bonett.

La académica Sara Poot Herrera declara en un artículo de 1998 –de nuevo la numerología–, año en que se encontraron en Hidalgo los restos de Campobello, que Cartucho es una “deuda saldada y soldada” con los muertos de la Revolución mexicana. El propio texto, como el hallazgo de la comisión ¿Dónde está Nellie?, parece un intento por saldar la deuda con la escritora. Ojalá pronto la literatura mexicana salde su deuda con ella.

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* Egresado del diplomado Realidad y revelación: una visión de la literatura mexicana, realizado con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura federal.