
Por José Palomares Santos*
Las rebeliones y la guerra civil que encarnaron a la Revolución Mexicana, tratada por autores de la talla de Luis González y González, Roger Bartra y Carlos Monsiváis, entre otros, transitan por el periodismo, la microhistoria y la historiografía. La revolución interrumpida debida a la pluma de Adolfo Gilly (1928-2023), constituye una aproximación materialista y dialéctica empeñada en dar cuenta de las múltiples determinaciones que contribuyen a entender a este movimiento en términos omnicomprensivos.
La obra de Gilly, presuntamente inspirada en La revolución traicionada de León Trotsky, es una interpretación que pretende convertirse en una herramienta para la militancia a partir de los años 70 del siglo XX. En todas estas interpretaciones el atraso constituye el detonador, la causa de los combates y un saldo posrevolucionario.
Mariano Azuela por su parte, tematiza el despotismo de los hacendados dueños y señores no sólo de la tierra, sino de la vida y destino de campesinos y labriegos quienes, hartos de las injusticias y de los abusos de los poderes, se alzaron en armas sumándose a los diversos movimientos revolucionarios desde el sur hasta el norte. Es por ello que la ficción en Los de abajo no es especulación literaria.
La centralización del poder durante el Porfiriato contribuyó al despojo agrario, la concentración de la tierra y los abusos en las tiendas de raya, los cuales fueron el caldo de cultivo que condujo a las proclamas, las rebeliones y los levantamientos armados, pavimentando el camino para la Revolución.
El peso de la Revolución no gravitó en los obreros ni en la clase media antioligárquica, sino en los hombros de los campesinos pobres y los aldeanos indígenas —dominados por los caciques—, así como los serranos confinados en las tierras altas fuera del control de terratenientes y hacendados. Una muestra más del atraso como acelerador de los movimientos ideológicos, políticos y militares.
El argumento de Los de abajo busca situarse en el devenir de la Revolución Mexicana. Está más cerca de un diario del autor (bitácora) que de una lectura histórica de ese movimiento que puso fin al Porfiriato y legó la Constitución de 1917.
Como antecedente de Los de abajo, en la obra de Azuela destacan otras novelas menores de corte costumbrista, como Los fracasados (1907) y Mala yerba (1909), donde también se narran las tensiones sociales entre el atraso y la aspiración empeñada en la emancipación.
En la literatura, la influencia de Los de abajo se extendió hasta muy avanzado el siglo XX, con títulos como Pedro Páramo, de Juan Rulfo (1955), Al filo del agua, de Agustín Yáñez (1955), y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes (1962), entre otros.
El estilo narrativo de Azuela, ágil y auténtico, y las voces de los relatos, permiten recrear la crudeza de los conflictos en los ámbitos económico, social y militar en cada página de su obra. El autor critica también los abusos del poder que viven los campesinos y el pueblo sumido en el atraso.
Los de abajo comienza con la llegada de unos federales a la casa de Demetrio Macías, campesino rebelde que vive en el sur de Zacatecas con su mujer y pequeño hijo. Los militares amenazan con violar a su esposa, pero cuando Demetrio aparece de la nada, huyen cobardemente.
Ante el riesgo de ser detenido por el ejército, Macías se esconde en el pueblo, hecho que aprovechan los soldados para prender fuego a su humilde morada. Lleno de rabia, este personaje se incorpora a la Revolución más que para defender los ideales de la lucha, para vengarse del agravio de los militares en su contra.
Para combatir por la causa, Macías es apoyado por personajes secundarios como Anastacio Montañés, el Manteca, la Codorniz y Venancio, entre otros. Todos ellos, como hijos del atraso, se suman a la Revolución porque fueron objeto de alguna injusticia de parte de los de arriba, de los caciques simbolizados por la figura de Don Mónico.
Como tropa, salieron victoriosos en la primera batalla con los federales, pero Macías fue herido de bala en una pierna. Tras este debut, se trasladaron a un pueblo cercano a Zacatecas donde se les brindó apoyo, e incluso a Demetrio le pusieron a su disposición a Camila, quien se ocupó de atenderlo y cuidarlo mientras convalecía.
En ese tiempo Luis Cervantes, exprofesor con estudios universitarios de periodismo y medicina, se une al grupo de Macías, que desconfiaba de él por ser un personaje citadino y preparado, parecido al perfil de los ricos. Con el tiempo, Cervantes terminó ganándose la confianza de Macías por la claridad de sus ideales y por haberle ayudado en el tratamiento de sus heridas. Asimismo, Cervantes convence al grupo para unirse a las tropas del general Pánfilo Natera. Abandonan ese pueblo en busca de nuevos combates en Jalisco, estado del cual se habían apoderado los federales.
Mediante personajes como Macías, que se adhieren a las huestes revolucionarias en pro de justicia y redención, Azuela narra las batallas de quienes luchan por acabar con el atraso y lograr el cambio social en México. En contraste, también haciendo uso de lenguaje directo y coloquial en las voces de los relatos que dan testimonio de las vivencias, retos, contradicciones, derrotas y logros de los diversos coprotagonistas de esta obra, narra las atrocidades cometidas en nombre de la Revolución.
Con personajes como Luis Cervantes, médico, periodista y exprofesor convertido en revolucionario bajo el mando de Macías, Azuela denuncia la discriminación de las élites hacia los de abajo y la falta de interés en políticas de Estado en favor de más igualdad y mejor justicia social. Los contextos y los personajes, temporalmente, cambian, pero el atraso, la opresión ideológica, la explotación económica y la injusticia prevalecen en toda la narrativa.
La novela no capitula al velo del heroísmo y enfoca en todos sus personajes sus pasiones, miradas inmediatas, problemas personales y las peculiaridades de cada escenario político, militar o familiar.
Azuela no da cuenta de grandes batallas, como la toma de Celaya y de Zacatecas, ni se ocupa de las estrategias de Emiliano Zapata, Pancho Villa o Pánfilo Natera. En Los de abajo no idealiza a los pobres que se vieron obligados a tomar las armas siguiendo a los caudillos de los pueblos, quienes por su valentía y arrojo para el combate contra los federales (el ejército), ganaron la lealtad de sus adeptos, campesinos rebeldes prestos a luchar con ahínco y valor en todas las circunstancias. En voz de Cervantes, Azuela también se ocupa de los contrastes entre los ideales políticos de los revolucionarios ilustrados y el pragmatismo de los campesinos atrasados con poca o nula conciencia de los objetivos de la Revolución.
El galeno Mariano Azuela, conocedor de las acciones bélicas, fue médico militar en varios regimientos que participaron en diversas contiendas. El ambiente recreado articula la realidad y la ficción generando una extraordinaria consistencia en la narrativa. Situar los argumentos en el contexto social imperante fue un rasgo afortunado que facilitó que esta obra sea considerada como paradigma en la literatura mexicana.
En la novela, por severas diferencias entre Villa y Carranza, los revolucionarios empiezan a dividirse. Pancracio y El Manteca se matan a cuchilladas mientras jugaban una partida de cartas; Margarito desafortunadamente se suicida y Cervantes abandona la lucha y se va a vivir a los Estados Unidos. Macías regresa a casa con su mujer e hijo, pero como los carrancistas invaden su pueblo y combaten a las últimas tropas de Villa, quienes quedan de los hombres de Demetrio pierden la vida en batalla.
Aunque la lucha fue cruenta y las penurias insufribles, los sobrevivientes de la Revolución alzados en armas quedaron en el mismo estrato, sumidos en el atraso. Esta percepción de marginados, a pesar de las hazañas militares, constituye el hilo conductor que mantiene vivo el interés en la obra y le abre camino para destacar en el ámbito de la literatura mexicana.
* Egresado del diplomado Realidad y revelación: una visión de la literatura mexicana, realizado con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura federal.