
Sergio H. García*
Pensar en la revolución es traer a nuestro imaginario una serie de hombres a caballo con bigotes largos, con traje de manta, de soldado federal o de charro; cartucheras sobre el pecho y armados hasta los dientes, todos valientes pero nobles, todos muy bien organizados con los ideales de la Revolución sobre las espaldas y como fin máximo el bienestar de los mexicanos y las mexicanas. Así se nos enseñó desde los primeros años de educación básica, eso es lo que se conmemora y celebra cada veinte de noviembre cuando entre las calles y las avenidas de provincia cruza el desfile lleno de infantes disfrazados de “revolucionarios” y “adelitas”, pero ¿en cuánto de esto podemos confiar como real o remotamente verdadero?
Según Foucault, «La historia de las luchas no está compuesta de acontecimientos únicos, sino de continuas reinterpretaciones del pasado» y la historia de México, y más la del relato revolucionario que da tanta identidad al sentimiento nacionalista, está repleta de reinterpretaciones que terminan por fomentar esta imagen del revolucionario como agente del cambio para bien.
Existen pocos caminos exactos para acercarnos a conocer la realidad de lo vivido en aquellos años; las crónicas terminan por recaer en sesgos relacionados con los ideales de quien escribe, el material periodístico se centra en hechos, no en la humanidad de sus protagonistas, y los libros de historia se encuentran tocados por la visión del poder triunfal de todo ese caos que llamamos Revolución Mexicana. Como opción (quizás la menos sensata) nos queda la literatura escrita en esos mismos años, aquella que no ha sido manchada por la influencia de la historia que nos cuentan, sino que es tomada desde las experiencias personales, y que tienen como héroes y villanos a los mismos personajes.
La novela revolucionaria, como dice Marta Portal en su libro de ensayos Proceso narrativo de la Revolución Mexicana, “es testimonio de una generación que vivió en carne propia la violencia, la traición y el desengaño. En ella no hay lugar para la idealización simple; es un grito contra la historia oficial”. Esto se aplica para novelas como La bola, de Emilio Rabasa, La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán y Los de abajo, de Mariano Azuela, esta última mantiene una conexión mayor con lo dicho por Portal.
El argumento de Los de abajo es simple: un joven idealista, educado con conocimientos de medicina y periodismo, se incorpora a las filas de una pequeña facción villista y a la vez se enfrenta con el choque y refuerzo de sus convicciones, pero la novela es mucho más. Dejando de lado que la obra está escrita en un lenguaje directo, sin mayor floritura que el empleo de lenguaje usado en las rancherías para los diálogos de los personajes, esta novela fue publicada por capítulos en el periódico El paso del norte durante el año de 1915, es decir, mientras sucedían los hechos, no de la Revolución, sino de una de las revoluciones que sucedían en el país en esa época, por lo que podemos inferir que el rigor histórico oficial es nulo, mas no los sesgos personales del autor.
En La nueva novela hispanoamericana, Carlos Fuentes asegura que «La novela revolucionaria se enfrenta a la ardua tarea de reconciliar el mito con la realidad; los héroes del pasado con la crudeza del presente». Dentro de Los de abajo, los mitos relacionados con el imaginario colectivo del revolucionario se desintegran ya que, desde las primeras páginas se encaran las motivaciones personales dentro del movimiento, razones como la venganza, la lealtad a los amigos, vecinos o compadres; la grilla, el mero gusto por matar federales o incluso el aburrimiento, son de lo más nombrado. Pero la razón central de toda la novela nace de la desilusión por el Estado, por el mal uso del poder desmedido, por las injusticias o incluso por la misma Revolución, o como lo dice con decepción Luis Cervantes (personaje que representa al autor, quien se involucró en el movimiento y desde donde estuvo escribiendo esta novela): “La Revolución es una verdadera locomotora que arrastra a todo el que encuentra en su camino… pero cuidado, no todos se suben a ella para llegar al mismo destino».
Pero no sólo se desmitifican los ideales del movimiento, sino que humaniza a los personajes, ya que estos no son sólo los héroes mártires que luchan por todo lo bueno del mundo, o su contraparte avariciosa que irrumpe contra los valores de toda creencia mexicana, sino que Mariano Azuela los retrata como lo que eran: personas con una organización escaza, ya que, a lo largo de la obra, los revolucionarios parecen luchar sin un objetivo claro. Se presentan como hombres que, aunque inicialmente buscan justicia, se ven atrapados en una guerra que los despoja de sentido y propósito.
En este sentido es claro el rol de tres personajes en específico que logran llevar el equilibrio dentro de la narración, no sólo entre ellos, sino entre el resto de las figuras: Demetrio Macías, Luis Cervantes y Camila.
Demetrio Macías es un campesino que se convierte en líder revolucionario casi por accidente, cuyo carácter evoluciona de una figura con ideales a una persona desilusionada y atrapada en la guerra, algo similar pasa con Luis Cervantes, que es un joven educado y periodista que se une a las fuerzas de Demetrio, pero con un punto de vista cínico y oportunista sobre la Revolución, representando así a aquellos que ven la guerra como una oportunidad personal más que como un deber patriótico. Ambos casos se contraponen a Camila, que se nos presenta sin apellido, pero profundamente enamorada del joven curro quien no le corresponde, la ignora e incluso la engaña para entregársela a Demetrio, que había quedado enamorado de ella.
La función de Camila es humanizar a estos personajes: a Demetrio lo hace menos fiero y a Luis Cervantes lo lleva a la infamia. Gracias a la interacción de Camila, tenemos escenas con Demetrio que rayan en la ternura, así como podemos comprobar la crueldad de la que es capaz Luis Cervantes, no sólo cuando este la rechaza, sino también cuando la engaña —para entregársela a Demetrio—, pero también con quien termina por sentir amor, si bien la lleva a su destino trágico.
Camila no sólo representa este personaje humanizador dentro de la novela, sino que también integra en su historia la brutalidad y la violencia de la Revolución Mexicana, así como el trato de las mujeres en tiempos de guerra: es engañada, secuestrada, entregada como objeto, ella se resigna e incluso llega a tener buenos quereres por Demetrio, pero es usada y al final asesinada por La Pintada, una soldadera celosa que bien podría funcionar como antítesis de Camila y quien vive obsesionada con Demetrio.
Los de abajo ofrece una mirada humana a uno de los movimientos revolucionarios, nos otorga a personajes carismáticos e infames a la vez, se centra en ellos más que en los hechos, y nos acerca a la historia que no se cuenta en los libros y ni siquiera se parece a la caricatura a la que nos enfrentamos cada año, porque si bien Howard Zinn afirma que “La historia oficial de cualquier nación suele destacar a sus líderes, pero la verdadera historia está en las luchas de la gente común por justicia y libertad”; otro revolucionario intelectual que se ha desilusionado del movimiento y que puede funcionar como antítesis de Luis Cervantes, llamado Alberto Solís, dice: “La historia la escriben los que triunfan, y nosotros, los de abajo, solo somos los peones sacrificados”.
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* Egresado del diplomado Realidad y revelación: una visión de la literatura mexicana, realizado con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura federal.