Textos

El alfa y la omega en sus propias letras

Concepción Ocádiz García*

En la década de los 40, en México se daba a conocer un nuevo escritor, aunque no tan públicamente —incluso hay quien lo encasilla en lo marginal, por no ser parte de alguna corriente literaria—, pero, hacía presencia en las letras. Su apellido adquirido y nada común: Tario. 

Hablar de Francisco Tario es incursionar en la otredad, mirar al otro desde uno o varios ángulos y entonces construir un todo. Llegar a mundos llenos de personas-monstruos-fantasmas. Tal vez para muchos era un total desconocido y hasta pudiera decirse, aunque no es la intención encasillar, que su obra era “de culto” al encontrase en los lugares menos pensados. Ahí estaba Tario, tanto sus textos como él mismo, en medio de la precariedad en que se editaban sus historias, las cuales pasaban de mano en mano. Lo furtivo y lo prohibido en fotocopias. 

Su verdadero nombre era Francisco Peláez; publicó varios libros: La noche, Aquí abajo, La puerta en el muro, Equinoccio o Yo de amores qué sabía. Pero no le bastaba explayarse con su pluma, así que continuó dejando un buen legado. Le seguirían: Breve diario de un amor perdido, Acapulco en el sueño, y Tapioca Inn: mansión para fantasmas. Su estilo cuentístico inició con tintes de negrura y espesor rojizo en La noche del féretro, y otros cuentos de La noche.

Se le pueden contabilizar un aproximado de cincuenta obras literarias, muchas de ellas póstumas, y otras compilaciones, destacando: Entre tus dedos helados y otros cuentos, y El caballo muerto o Con los tiernos infantes terribles… Mención especial tiene su producción: Una violeta de más, escrita en 1967, tras la muerte de Carmen Farell, su esposa. Él fallecería diez años después. 

La locura ha sido uno de los ingredientes torales de su prosa; narrativa exquisita entintada de muerte, de extrañas vivencias. Pero ¿en dónde puede situarse la literatura de Tario? ¿Cuál sería se ubicación? Sus obras están protagonizadas por personas que tal vez no quepan en la normalidad, según los estándares sociales. 

La estética de la crueldad o flagelación para el resurgimiento la podemos ver en: Ragú de ternera. Además de ser intensa, sórdida y grotesca en su narrativa, lo alienante da un paso y el canibalismo se hace presente. Lo rutinario se quiebra en mil pedazos para llegar a la transformación, o, mejor dicho, a liberarse del ser humano en sí mismo. Experimentar lo que jamás se puede uno imaginar, lo “anormal o no convencional” inunda los párrafos de este cuento. Aquí algunos fragmentos:

“Sin pérdida de tiempo, me dirigí a la cocina con el propósito de encender la estufa; pero había olvidado los fósforos en el parque y tuve que salir urgentemente a comprar otros. En la cocina guardaba yo, desde la víspera, todos los ingredientes imaginables, puesto que era todavía la hora en que no me había decidido por ningún estilo especial de condimento. Tenía manteca en abundancia, sal y pimienta en polvo, trufas y pepinillos en vinagre, cebollas, guisantes, zanahorias y una latita de espárragos. Mientras se calentaba el horno, me asomé un rato a la ventana. Propiamente hablando, no me encontraba nervioso, sino indeciso y hambriento” (Ragú de ternera). 

Que el antropófago protagonista “cocine” a un “bebé” podría tratarse, también, de “prepararse como platillo a sí mismo”. Es decir, lo que era antes, devorarlo para, luego, resignificarse a través de la metáfora. Su literatura permite describir, en muchas ocasiones, situaciones maravillosas, y otras muchas que, nada alejadas de la realidad, caen en lo doloroso y otros adjetivos similares. 

Tario se sumerge de manera magistral en la psique humana, haciendo uso de elementos retóricos para, entonces, con estos recursos literarios, emprender el viaje con sus lectores tomándolos de la mano para acompañarlos a atmósferas rutilantes y despertares. Leerlo, es entrar en todo un universo de emociones y sentimientos, de enunciados que cimbran a quien lee, tal como sucede con Ragú de Ternera. No es un autor que esté en la obviedad, ni tantito se acerca a ella. Es un autor que sorprende, llega a enajenar y logra inmiscuirse hasta el tuétano. Verdadero escritor, nos lleva a la otredad. El hombre que tanto habló de la muerte en sus diversas manifestaciones, aquel cuyas obras se conseguían en la clandestinidad, hoy por hoy es un autor conocido. 

El valor que le damos sus lectores no podría comprarse con el que le otorgamos a otros escritores. No. Él tiene un lugar importante en las letras mexicanas, aquel Francisco que nació durante la Revolución Mexicana pero que no la usó como protagonista en sus creaciones, sino que rompió el canon de la época para enfocarse, como en La noche del féretro, a lo único, a lo no abordado por nadie, tal vez influenciado por la melancolía de sus notas cuando tocaba el piano, siempre con intensidad.

Los objetos cobran vida en la obra de Tario, por ejemplo, cuando el féretro “habla” en primera persona, describiendo su travesía con humor, repulsión, aunque también con lujuria y erotismo. 

“…estamos fatalmente destinados al matrimonio; es decir, a lo que en el mundo común y corriente se designa con otro nombre estúpido: el entierro. Semejante acontecimiento es el más importante de nuestra vida, y de ahí que meditemos tan a menudo acerca del cónyuge que nos deparará la suerte”.

Y agrega en esta obra por demás original:

“Yo grité y no me oyó nadie:

—¡No quiero! ¡No quiero!

Todos se apresuraron a levantar al muerto, aunque pesaba demasiado. Estaba rígido y frío como un árbol. Me dio horror. Vi a lo lejos a la jovencita fresca, muy pálida y aterrada, con las manos sobre el descote. Su perfume me embriagó esta vez, removiendo mis instintos.

«¡Lograr poseerla!», pensé con angustia.

Pero de nuevo cayó a plomo sobre mí el hombre ventrudo y fétido, cuyo cuerpo parecía exactamente una vejiga.

Me encogí de hombros y opté por dormirme. Dormirme como un novio impotente o tímido en su noche de bodas.

Así lo hice. Y soñé. Soñé con dulces muertas blancas, cuyos muslos temblaban sobre mi piel… con ricos sepulcros de mármol, muy ventilados y alegres… Soñé, y las imágenes sibaríticas me hicieron tanto mal, que cuando abrí los ojos y vi penetrar el sol por las vidrieras me sentí exhausto, vacío, postrado, como deben sentirse los hombres después de una óptima noche de continuos placeres” (La noche del féretro y otros cuentos de la noche, 1958).

Tario exploró su yo profundo para manifestarlo en su prosa. Él, es el alfa y omega de sus propias letras y se nos brinda, a quienes le hemos leído y a los futuros devoradores de sus obras, desde dentro de sí, para sí, desde su mismidad, hasta invadirnos y unirnos a lo que él deseaba… ese es Francisco Tario, tan vigente y perpetuo.

 

*  Maestra en Periodismo Político. Diplomada en Mediación Lectora. Egresada del Diplomado Realidad y revelación. Una visión de la literatura mexicana -realizado por Literaria Centro Mexicano de Escritores con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura federal. 

 

** Fotografía de Francisco Tario tomada por la artista mexicana Lola Álvarez Bravo.